10 abril 2011

Báñate en el infierno (Parte IV)

Elizabeth se sumergió lentamente, sintiendo las caricias de la sangre rozando su piel. Era fresca, tranquila y muy relajante aquél contacto. Le gustaba sentir que se bañaba en su propia fuente de inmortalidad y belleza absolutas, sentir como su piel volvía a ser firme, joven, bella y brillante, era una sensación electrizante y a la vez reconfortante.

Se frotó el cuello, las manos y los pies con paciencia y dedicación, dejando sus pechos de últimos. Le gustaba sentirlos entre sus dedos, sentir como la sangre de cuerpos vírgenes resbala de sus pezones y corría por sus manos hasta llegar a sus brazos. Se frotó sutilmente el rostro y mojó levemente sus cabellos para deshacerse de las posibles canas que estuvieran apareciendo.

En ese momento se le ocurrió algo en lo que no había pensado nunca. Sabía muy bien que su exterior parecía joven, pero sus entrañas podrían ser las de una vieja decrépita. Esto la alarmó y la hizo darse cuenta de que podría morir allí mismo si su corazón se detenía. No perdió tiempo y con sus manos tomó tanta sangre como pudo, pero no era nada y se escurría rápidamente por sus dedos...

- !Thorko! ¡Ven de inmediato! - Gritó aterrada la duquesa -.
- Mi señora, ¿Qué sucede? - Dijo alarmado y jadeante el viejo mayordomo -.
- Tráeme un cáliz, ¡Pronto!

Pasados unos pocos minutos, que para Elizabeth fueron interminables, Thorko llegó con un fino cáliz de plata y se lo entregó a su ama.

Con un gesto con la mano, Thorko fue instado a abandonar el baño. inmediatamente, Elizabeth sumergió la copa hasta el fondo, la levantó y bebió a grandes sorbos el preciado líquido. Era delicioso y sumamente exquisito, un pequeño toque salado pero igualmente refrescante. Lamió la copa un poco y terminó untándose su baño en los labios para asegurarse de que estos siguieran rojos, carnosos y provocativos.

Ya terminado su ritual sagrado, se levantó, aún dentro de la bañera, escurrió sus cabellos, sacando la sangre que pudo, se limpió la cara con las manos y con estas mismas empujó el rojo líquido por todo su cuerpo inmortal haciéndolo regresar a la bañera. Se sentó en un borde limpio de la bañera, levantó la pierna izquierda e hizo lo mismo con ella hasta limpiarla lo más que pudo, dejándola luego afuera de esta. Seguidamente hizo lo mismo con su pierna derecha.

Hecho esto, se levantó, dejó el cáliz a un lado y tomó la toalla más cercana, una blanca con bordados rusos. Le valía menos que nada mancharla así, pero solo pensaba en su eterna belleza, su inmortal cuerpo escultural y en su recientemente rejuvenecido interior. Era el deseo de toda mujer.

Si bien bañarse en sangre era algo que al principio le pareció extraño, bendijo el día en que Dorottya peinó por primera vez sus cabellos. La muy estúpida había aplicado una fuerza innecesaria y Elizabeth le propinó tal golpe en la nariz que terminó rompiéndosela. Un poco de la sangre que corrió por allí salpicó una pequeña parte de su mejilla, y Elizabeth vio incrédula como aquél pómulo se volvía nuevamente joven. No tardó en ordenar que cortaran varias veces a su criada en la bañera, y cuando poco le faltaba para morir, Elizabeth mandó a sacarla y se revolcó salvajemente allí, llenándose lo más posible de la sangre de la virgen. Al terminar, se veía a sí misma como la misma mujer de veinte años, y no la señora que estaba por cumplir los cuarenta.

Sonrió para sí al recordar ese día. Había sido el inicio de una gran historia: Hasta ese día, 629 chicas de 9 a 26 años, todas vírgenes, habían ayudado a que Elizabeth se mantuviera en los veinte, cuando en realidad debería estar ya muerta hace unos años.

Se vistió con una delicada bata negra que tenía colgada cerca y tomó el cuerpo seco, lo arrastró nuevamente hasta el salón por donde había entrado con vida, pero esta vez, se dirigió al comedor, donde estaba su fiel cocinera.

- Ya sabes que hacer, Piroska.
- Sí, mi señora.


Una hora y media después, Elizabeth levantó la tapa de una bandeja dorada, donde se podía ver un pedazo de carne de forma extraña. Al cortarlo por la mitad, Elizabeth sonrió para sí. Ahora veía los cortes que le había propinado a la pobre Ellen.

3 comentarios:

  1. Valla xD!!!
    pero que sádica !!
    eso no es una mujer sino el mismísimo diablo, que horrenda en verdad!!
    pobres mujeres y niñas, que destino tan atroz !
    besos ^ ^

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  2. Oh, qué espanto, ¿cómo puede hacer algo así esa mujer? ¡Qué horror!
    Desde luego, es un relato impactante.


    Un saludo ^^

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  3. Y eso que se basa en una historia REAL xDDD

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