Buena semana, Nocturnos.
Voy a salir un momento de todos los temas que siempre estoy tocando, y
puede que no sea lo que algunos esperan (si es que leen esto en algún momento).
He estado pensando demasiadas cosas estos últimos días, más que nada cómo la
vida le va mostrando a cada persona cuál es el camino que debe seguir día a
día.
Años atrás, escuché a alguien decir que su sueño había sido estudiar leyes,
y cómo nunca consiguió hacerlo. Recordando cómo es esta persona, a quien quiero
demasiado, me doy cuenta de que es mejor que no se acercara NUNCA a la escuela
de derecho por su mente cerrada, anacrónica, obtusa y prejuiciosa.
Con esto no me refiero a que es una mala persona o que debería merecer
algún castigo divino ni nada por el estilo, sino que su forma de ser y el
camino que se trazó en un momento estaban fuera de sintonía, demasiado fuera de
sintonía.
Algo similar me sucede con varios sueños.
Parece que el tiempo está pasando y cada vez disfruto menos de las cosas
que estoy haciendo, que he perdido mi voz, mi estilo, cada una de las partes y
fragmentos de lo que pensé que era yo, eso que formaba mi identidad. Estoy en
un momento de mi vida en donde estoy dudando de tantas cosas que esta entrada
podría durar muchísimo más de lo que pretendo (aunque prometo no extenderme, no
quiero aburrir a nadie).
Cada vez que veo la página del blog, me falta la pasión, me falta el deseo
de escribir algo, de llenar ese espacio blanco, y aunque me siento satisfecho
cuando lo logro, es un sentimiento muy distinto a cómo era en un principio. Y
creo que conozco la razón.
Días atrás estaba hablando con una de mis mejores amigas. Es de esas
amistades que parecen más familia que cualquier otra cosa, de esas que están en
los altos y bajos; incluso la representé a mi lado en la portada de Collected Scars (apuesto a que nunca hubiesen pensado en eso, jajajaja).
Hace días, le estaba diciendo que me di cuenta de que estaba escribiendo lo
que pensé que debería escribir, lo que sería más llamativo, y pensando en tener
un contrato editorial. “Alan D.D.” se estaba convirtiendo en un proyecto para
hacer dinero más que cualquier otra cosa, y no mi nombre como escritor.
Luego de leer tantas veces que somos una marca, que somos un producto, que
hay que darle a los lectores y al público lo que ellos quieren, me di cuenta de
que no soy una marca, que no soy un producto, que no soy algo para consumir, y
no quiero serlo.
Quiero ser una persona nuevamente, quiero ser ese chico de 12 y 13 años que
escribía tonterías en un blog recién creado, “Relatos en Tinta”, quiero ser un
escritor que escribe lo que quiere leer, y no lo que los demás quieren
encontrar. Quiero recuperar mi voz.
Pasamos tanto tiempo leyendo cómo incrementar nuestras visitas, aprendiendo
a calcular cuándo publicar en Instagram, cada cuánto tiempo publicar y
actualizar las redes sociales, que de repente olvidamos lo que es simplemente
dejar que las palabras salgan, tan natural como es simplemente respirar, sin
editar, sin pensar en búsquedas webs, en las tendencias, sin ser nada más que
personas detrás de una pantalla.
He querido pretender que todo está bien por muchísimo tiempo, que las cosas
están marchando perfectamente, pero la realidad es un opuesto total. Estoy
desempleado, mis libros no se han vendido en años (hasta recientemente), me
falta emoción, siento que me defraudé a mí mismo, a todos, y que en cualquier
momento cerraré este blog.
Pero no pienso hacerlo, no quiero darle la espalda a lo que solía ser mi
hogar digital. He cambiado tantas veces de estilo, tantas veces de contenido,
de estrategias, de ideas y de aspecto que ya es agotador darle otro lavado de
cara al blog, pero creo que le hace falta.
Siempre digo que tengo MUCHOS proyectos en curso. ¿La razón? Porque primero
pienso “¿este me hará famoso y me dará lectores?” Luego de tanto leer sobre
optimización web, asesiné casi por completo mi pasión, lo que quiero hacer, lo
que me gusta y lo que me interesa.
Esa es la verdadera razón por la que no he podido escribir Los Hijos de
Artemisa, la secuela de La Hija de Bóreas. Me desenamoré de esa historia por el
simple hecho de que “es poco comercial”, lo cual es curioso, porque es una de
las que más he publicitado y la que más extraño. Lo mismo sucedió con Reflejos,
aunque a la inversa. Lo que empezó como una historia comercial fue
transformándose en una pasión. Diría, y muy seguro, de que esas dos novelas son
las que más me representan actualmente.
De hoy en adelante, quiero lograr eso con cada historia, cada línea, y
despedirme de los proyectos para darme a conocer, para hacerme famoso, para
tener un contrato editorial, ganar millones y vivir de mis libros. Si eso
sucede, maravilloso, sería perfecto, y si no, pues al menos estaré disfrutando
de lo que hago. Ya desistí de ser la estrella que soñé de niño, quiero simplemente
poder escribir, reír y llorar ante la pantalla como lo hacía antes.
¿Queda suficiente tiempo en lo que resta de año para hacer esto? No estoy
seguro, pero no me interesa. Que tarde lo que tenga que tardar, y que se dé
como deba darse. Sí, esta entrada es estúpidamente larga comparada con las que
he escrito en los últimos años, pero mi honestidad es proporcional (sí, quería
usar esa palabra. Demándenme).
Muchas gracias si leíste hasta aquí, si en algún momento me has enviado
algún mensaje, un comentario, una reseña, si me has apoyado de cualquier
manera, porque significa el mundo para mí. De ahora en adelante, quiero ser
mucho más auténtico, aunque sin dejar de ser el escritor gótico, oscuro, y a
veces pendejo que siempre he sido. Se les quiere, más de lo que imaginan.
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