¡Holas! Buenos días, Nocturnos. En realidad, Alterno Nerva terminó hace rato, pero ya terminé de publicarla en Wattpad. He dicho muchas veces que esta novela tiene mucho de mí, y hoy les quiero contar una razón de mucho peso, algo que compartimos Edgar y yo: ambos tenemos Asperger, cosa que él no sabe, y somos víctimas de abuso y bullying. Desde ahora les digo, esta será una entrada larga, fuerte y no apta para todo público.
Me gusta leer desde niño, y eso no es normal en Ciudad Ojeda, mi ciudad natal, o por lo menos no cuando estaba en Primaria. Ser hijo de extranjeros, pálido, bueno en clases, tranquilo, el niño torpe para los deportes que veía documentales y siempre tenía la mejor nota en Castellano y Literatura me hizo las cosas difíciles desde el inicio. A los 17 supe que era así por el Síndrome de Asperger, pero ya el daño estaba hecho.
Una vez, en Cuarto Grado (tendría 9 o 10 años), mientras subíamos las escaleras para ir al salón del clases luego de cantar el himno, alguien me jaló por la espalda, varios niños se rieron y me dijeron que siguiera hacia adelante, pero terminé arrastrándome porque no me habían soltado. Otro día, el nieto de los fundadores del colegio me golpeó con un títere mientras me gritaba en la cara, y casi todos los días el salón entero me cantaba canciones infantiles y me llamaban “niña” o “nenita” porque no escuchaba reggaetón ni hablaba de sexo. Se burlaron más veces de las que puedo contar.
Estudié el segundo año de bachillerato en otro colegio porque me mudé a Maracaibo, la capital del estado, y la historia no fue muy diferente. Luego de que dos compañeros se burlaran de mí varias veces, mi padre me hizo hablar en la coordinación, uno fue transferido a la otra sección, pero al día siguiente, cuando me acerqué a un grupo y los saludé, todos se callaron y miraron al frente. Nadie me dirigió la palabra en el salón después de eso. Ese año empezaron las pesadillas, casi todas las noches.
Volví a mi colegio de siempre al año siguiente, a Ciudad Ojeda, y un día, de la nada, grupo de casi 10 compañeros vino corriendo cuando no había ningún profesor en el salón y me golpearon sin descanso en la cabeza. Apenas tuve tiempo de reaccionar y cubrirme, antes de lanzar golpes como loco con la cabeza pegada al pupitre. Ese día me cansé, hablé con la coordinadora, y estuvieron a punto de expulsar a todos los que en algún momento me dijeron o me hicieron algo. Hay una escena similar (dulcificada) en Alterno Nerva.
Muchas cosas cambiaron después de eso pero, de nuevo, ya el daño estaba hecho. En 2012, mi quinto y último año del bachillerato, con 17 años, la depresión se agudizó, me dieron una puñalada por la espalda que no supe manejar, estuve a punto de perder el año escolar y de suicidarme en el colegio. Mis únicas terapias eran escribir, dibujar y escuchar música, porque no quería preocupar a nadie. Tres meses antes de terminar las clases, llegué al salón con la mano izquierda llena de cortes tras una crisis de nervios la noche anterior de la cual nadie supo nada. Todavía me sorprende haber podido ocultarla desde que me desperté hasta que llegué al colegio.
Tenía fácilmente cinco cortes en cada dedo y estoy seguro de que unos 20 en el dorso. Sonreí cada vez que alguien me miraba la mano por cómo cambiaba su cara. Una chica incluso gritó, y me reí. Nadie me dijo nada ese día, estaba más calmado que en mucho tiempo, y me llamaron a la dirección para saber cómo podían ayudarme. En casa, les prometí a mis padres que no lo volvería a hacer, empecé a ir a terapia, pero tuve que dejarla por varias razones. Volví a cortarme las rodillas en noviembre de 2016, y seguí así por meses. Solo una persona lo sabía hasta hoy.
Tenía una depresión severa, ansiedad, insomnio, estrés, lo más cercano que he vivido a ataques de pánico, problemas familiares, pasé por una relación abusiva cuya ruptura desencadenó todas mis inseguridades y traumas, junto con los pensamientos suicidas, seguía sin superar la traición de 2012, y me culpaba constantemente a mí mismo por la muerte de mi padre en 2013. Me tomé una foto que aún conservo la noche del 25 de marzo de 2017, con 21 años, y me juré que sería la última vez.
Me ha tomado años poder superar muchas cosas. La historia de Edgar es muy similar a la mía en muchos aspectos, pero también muy diferente. Estoy seguro de que todo habría sido diferente de haber tenido a alguien como Sylvia cuando más lo necesitaba. Tenía mis amigos, pero estaba lejos de sentirme entendido o acompañado, y aunque una relación estable no soluciona tus problemas, sí que ayuda. Lo viví con esa relación tóxica que menciono, porque los primeros tres meses fueron el paraíso. Por tres meses, dejé de sentirme miserable.
Hay una historia en la que cuento todo con mucho más detalle, una novela corta que escribí durante una fuerte depresión y por la que una editorial extranjera me ofreció coedición para publicarla, pero evidentemente no tenía el dinero. Ahora que lo pienso, tampoco estaba listo para mostrar todo lo que conté. Sigo sin estarlo, aunque he dejado pistas en Alterno Nerva y otras novelas, pero espero hacerlo en los próximos años. La diferencia entre cómo me sentía entonces y cómo me siento ahora es abismal, con altibajos y recaídas por varias razones, pero en constante recuperación.
Alterno Nerva es una novela que me sanó más de lo que esperaba, una historia con la que enfrenté muchos demonios, un libro del cual estoy orgulloso con justa razón, y espero que cada vez que alguien lo lea sienta todo lo que sentí al trabajar en él. Siento que puedo escribir más y mejor después de esta catarsis, y pude retomar varias historias. Justo ahora, estoy trabajando en tres, una de las cuales he tenido guardada desde 2013, por cierto, una novela de fantasía con la que me escudé de la realidad. Espero darles buenas noticias pronto, pero por ahora solo disfruto del proceso. También envié Reflejos para participar en los Wattys 2020, así que solo la pueden leer en Wattpad por ahora. ^^ Deséenme suerte. Y si han leído hasta aquí, muchas gracias por regalarme un pedazo de su tiempo.
¡Un saludo y un abrazo!
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